En estos días de verano, pasado el empuje del las movilizaciones de mayo, son variadas las críticas que se pueden hacer –y se hacen- al movimiento 15M desde dentro y desde fuera. Hace semanas que vengo escuchando reproches de unos a otros y son muchos los enfrentamientos que desde algunos sectores se están promoviendo.
La toma de las plazas que aconteció en mayo, como reflejo del campamento de Plaza Tahir en El Cairo, fue un acontecimiento sin precedentes que sorprendió a todo el mundo. De aquello tenemos que conservar el ánimo de la gente de organizarse, de poder decidir y lo más importante: la voluntad de transformar la sociedad. Ocupar las plazas públicas fue efectivo para muchas cosas. Ahora con perspectiva podemos decir que las acampadas permitieron visualizar un descontento que se nos ocultaba, permitieron debates ciudadanos sobre política donde podía hablarse de todo, tomar conciencia... Pero la ocupación de la calle sin permiso gubernativo tiene que ser un medio para conseguir el fin. Sacralizar esa ocupación y elevarla a la categoría de bien en si mismo es confundir medio con fin. En la lucha política las cosas se hacen para conseguir algo, no se hacen por el placer de hacerlas y eso se vio en la acampada de Zaragoza, donde el grupo más numeroso se levantó de la plaza sólo con la promesa de ocupar otra cosa (lo que luego se llamó “el paragüas”), pero aun así otro grupo se quedó acampado sólo por el mero de hecho de quedarse, sin ninguna perspectiva política, sin ninguna razón en particular. Los primeros adolecen de confundir medio con fin y los segundos de hacer las cosas por el placer de hacerlas. Ninguna sirve para cambiar la sociedad.
Ni siquiera las asambleas de barrio son un fin en si mismo. Deben construirse para que mediante ellas se llegue a algo: el poder popular; el empoderamiento ciudadano. lo que sea, pero en sí mismas no llevan la revolución porque sí, igual que las protestas y concentraciones.
Salir a la calle por el hecho de llenarla es un mero problema de orden público, que por cierto se ha estado tolerando bastante por un PSOE que no quiere demasiados follones con la que considera su base social antes de unas elecciones en las que se prevé catástrofe. Se ha tolerado en general aunque ha habido excepciones nada sorprendentes, porque lo sorprendente, lo extraño, es que sólo haya habido tres o cuatro episodios represivos desde el 15 de mayo. Todos asumimos que la policía está para lo que está y si te saltas la ley, vendrá a darte un porrazo o varios. Buscar el enfrentamiento, la represión ¿para qué? Volvemos al párrafo anterior: si se quiere impedir un desahucio, aceptamos el riesgo de ser reprimidos; pero recorrer las calles para poner en jaque a la policía y provocarles continuamente, es ser un provocador que busca la represión. ¿Y para qué queremos represión?¿En que nos ayuda a transformar la sociedad? Hay grupos políticos que tratan de implantar su ideología y sus posturas políticas al 15M, barriendo lo que no les gusta del espíritu inicial. Para estos grupos, el enfrentamiento con la policía es un ritual de reafirmación de su fé. Cosas como robarle la gorra a un guardia civil es de provocadores, aparte de mezquino. La foto es lo que les importa. Acción, reacción, acción, reacción y así en un bucle que sólo termina cuando has perdido casi todos tus apoyos y te manifiestas tú con los treinta que forman tu chiringuito ideológico. Y así, ese 70% de apoyo popular al 15M se puede dilapidar en cuestión de días sin conseguir absolutamente nada… o peor, retrocediendo respecto a lo que habíamos conseguido. De nuevo, perderse en el medio sin atisbar siquiera un fin.
Pero más allá de la represión, llenar la calle está muy bien… cuando la llenas. Convocando continuamente concentraciones, manifestaciones, protestas de un día para otro, cada vez somos menos y no sirve para nada. Y, sinceramente, ver a treinta personas de “manifestación” no autorizada, desafiantes, y escoltados por la policía nacional mientras la local corta el tráfico allá por donde a ese grupo le da el capricho de ir, es un poco lamentable. No sólo se pierden apoyos externos sino que mucha gente de dentro poco a poco se desmoraliza. Y el que no tenga todo esto en cuenta es un irresponsable que está jugando con algo muy serio: con la esperanza real de cambio social y político tan necesario en este país y fuera de él. Por eso, hay que convocar movilizaciones asegurando el éxito tanto de la convocatoria como de los objetivos que perseguimos y eso no se consigue estando todo el día en la calle gritando consignas.
Hay quien brama contra según que partidos porque quieren acercarse al 15M y alerta de los supuestos peligros de instrumentalización. Pero no se dice nada de los grupos y tendencias que no son partidos pero son tan políticos como aquellos a los que atacan, tienen tanta ideología –o más- que cualquier partido y quieren controlar más que cualquier partido. Son los que tomaron el apartidismo y lo convirtieron en antipartidismo; los que recogieron la sensación de traición por parte de las cúpulas sindicales y lo convirtieron en antisindicalismo; los que en nombre de la horizontalidad bloquearon la toma de decisiones democrática de forma que de tomar decisiones democráticamente se pasó a no tomar ninguna decisión… salvo de forma burocrática y subrepticia, de espaldas a las asambleas, por un reducido de grupo de gurús del “horizontalismo”. Los que apartaron la reclamación de una ley electoral justa y predicaron el voto nulo. Todos esos presupuestos ideológicos ya vimos donde terminaron en los primeros años del siglo XXI: en la derrota y en la nada más absoluta. El capital será más fuerte, los mercados seguirán manejando nuestras vidas y el bipartidismo PPSOE no sufrirá ningún peligro mientras el 15M siga dejándose guiar por estos cantos de sirena.
El sistema sabe que somos cientos de miles; sabe que recogemos el sentir popular mayoritario. No tenemos que estar demostrándolo contínuamente; es más, de tanta demostración y tanto sacar pecho y tanto pavonearnos, es muy fácil cometer errores y desgastarnos. Y el ministerio del Interior toma buena nota de nuestras debilidades, como el dicho aquel de "tanto va el cántaro a la fuente…".
Por otra parte, que no se entienda que con estas líneas se llama a la desmovilización, no. Se llama a las movilizaciones efectivas. Un ejemplo clarísimo de acción que no requiere de muchísima gente y es un éxito rotundo: http://www.publico.es/espana/390046/los-indignados-ejercen-de-improvisados-socorristas. Por un lado se protesta y a la vez, se actúa activamente contra los graves recortes sociales. Pero sin olvidar que con eso no se resuelve nada y que el problema de fondo es salvar y mejorar la sanidad pública.
Y sobre todo hace falta saber a donde vamos y después, elegir el mejor vehículo y ruta para llegar allí. Lo que no se puede hacer es auto-stop a ciegas a ver donde nos deja la marea.