La explosión del fenómeno 15M ha dejado en evidencia muchas cosas; unas buenas y otras no tan buenas. Tras la movilización continua y sostenida es momento de pararse y coger aire para tratar de ver las cosas con perspectiva. Hay sectores que han pretendido continuar las acampadas a modo de resistencia numantina, postura con la que no hemos estado de acuerdo, y nuestro argumento se ha visto reforzado con la evidencia que la etapa de las acampadas llega a su fin.
Debemos ser conscientes de que lo vivido este mes de mayo ha sido la mayor movilización social vista en España desde los años ochenta. No pongo al mismo nivel las movilizaciones contra la guerra de Irak porque, pese a ser masivas, sólo tenían por objeto el rechazo al apoyo a dicha guerra, sin cuestionar el modelo de sociedad. Y no menos importante, la mitad necesaria del establishment (PSOE, PRISA…) activó y desactivó las movilizaciones según su conveniencia.
El movimiento al que hemos asistido tiene una trascendencia sólo comparable a las grandes movilizaciones de la transición y sus ecos en el movimiento anti-OTAN. El 15M ha cuestionado tanto aspectos esenciales del “consenso de la transición” como el sistema capitalista neoliberal global que nos gobierna actualmente. Entre los éxitos de esos días tenemos que destacar: 1) La toma de conciencia política en una gran mayoría de la sociedad. 2) Terminar con el “There Is No Alternative” y la resignación; tener la certeza de que hay alternativas a este sistema. 3) El ánimo de la gente de querer tomar parte y ser un actor político de primer orden. 4) La solidaridad y la cooperación han vuelto a irrumpir en escena con fuerza y demostrando su superioridad frente al individualismo neoliberal que tanto se han esmerado en sembrar en nuestras conciencias. 5) La legitimidad del sistema político ha sido totalmente puesto en cuestión.
Pero 20 años de silencio y de desmovilización política de las capas populares no nos han salido gratis. La incapacidad del fenómeno acampada para elaborar propuestas concretas tiene su raíz aquí.
Dentro del 15M existe una tendencia, hegemónica en los primeros días, que hace un análisis de la situación política y económica correcto y que carga las tintas contra el bipartidismo turnista, consecuencia directa de la injusta ley electoral (pero no sólo). Identifica a la banca como el responsable principal y pide que la ate en corto, poniendo a la economía al servicio de los ciudadanos y no al contrario. Pero también existe otra, que ha crecido en influencia con el paso de los días y que se ha visto amplificada con el método del hiperconsenso usado en las asambleas.
El método del hiperconsenso se ha revelado no sólo como ineficaz sino como perversamente antidemocrático, pese a ser mostrado como la máxima expresión de la voluntad popular por sus defensores. Primero se somete a aprobación una propuesta con una formulación ya precocinada (por alguien que no ha sido elegido democráticamente); después sólo se permiten opiniones que estén en contra de dicha formulación y se veta el debate; el requisito de que las opiniones en contra sean “inclusivas” y no puedan cuestionar de base la formulación inicial; las asambleas maratonianas interminables impiden que los trabajadores, padres, madres, estudiantes… no puedan asistir al proceso completo de toma de decisiones… y un largo etcétera que tampoco es objeto de este texto. La toma de decisiones por este procedimiento tiene unos padres ideológicos, bien instalados en los campamentos: sectores herederos del movimiento antiglobalización, posmodernos (la “autonomía”) y sectores más o menos ácratas (bien diferenciados del anarcosindicalismo). Es un hecho que estos sectores han impulsado estos métodos, pero no es menos cierto que esto hubiera sido imposible sin la aquiescencia de un buen número de las personas que participaban en las acampadas y que se acercaban a la lucha política por primera vez. Ha sido debido a varias causas; una puede ser la inexperiencia de muchas de estas personas que se ha dejado arrastrar por gentes que parecían como saber organizar la toma de decisiones, pero no sólo eso. Aquellos sectores que defendían el voto en asamblea no han sabido ganarse a esa gente. Sin duda, tendremos que hacer todos la parte de autocrítica que nos corresponde, pero hay un tema fundamental que no se nos puede olvidar: el rechazo de todas estas personas a lo podrido y corrupto del sistema también se ha traducido en un rechazo a todo lo demás, en concreto al hecho de votar. Se confunde el voto que confiere un poder representativo con el voto en asamblea, el voto directo, y se mete todo en el mismo saco. Se identifica a los partidos políticos como un mal en sí mismo sin atender ni a sus programas electorales ni a los políticos honrados y consecuentes que haberlos, haylos. Esta es la “otra” tendencia.
Evidentemente, si esta gente identifica el Mal supremo con votar, con expresar apoyo o preferencia por una opción u otra de las que se le presentan, entonces se lanzará en brazos de aquellos que le presenten otro método de decisión colectiva. Esto sólo es fruto de la ignorancia más absoluta, de la ruptura con las experiencias y tradiciones políticas y organizativas de los trabajadores; del “adanismo” que rechaza todo análisis del contexto histórico y renuncia a estudiar toda forma de organización anterior. Es el resultado de veinte años de desideologización interesada, de caer en las garras del populismo mas atroz, de los ataques continuos desde la ideología dominante al concepto de política.
Esta otra tendencia, producto del mas terrible analfabetismo político, es azuzada por los sectores anteriormente mencionados, pero es peligrosa. Atacar al “político” por el hecho de serlo, atacar directamente al derecho al voto -por el que tanta gente dejó su sangre-, cargar las tintas contra las instituciones y dejar en un segundo plano a los poderes capitalistas, la banca, la patronal… allana en camino a las ideas mas ultraliberales y populistas, carne de la ultraderecha “libertariana”. Se critica a los sindicatos mayoritarios por su nefasta actuación, pero lo que permanece en algunas mentes es el rechazo al sindicalismo. Se critica a la clase política, pero en el aire queda el eco contra el ejercicio de la política.
Que seamos un movimiento masivo y complicado de organizar no significa que no debamos ser rigurosos. La otra gran conclusión que debemos sacar de toda esta experiencia es que ahora debemos dedicarnos a la titánica tarea de la formación, de debatir serenamente, de explicar a la gente quien es el enemigo y como trabaja, a que intereses sirve… y sobre todo quienes somos nosotros, qué nos define, qué intereses comunes tenemos y cuales pueden ser las formas de conseguirlos. Una vez pasada la necesaria explosión anárquica de manifestar la indignación por el panorama social, hay que vencer los comportamientos apolíticos, las falaces salidas individuales a los problemas colectivos, las sectas raras, las actitudes maximalistas, los sectores que se quedan en la autocomplacencia de una supuesta superioridad moral y que no dejan avanzar…
Lo más arduo aun está por llegar. El camino a una sociedad mejor es largo y accidentado… pero al menos lo hemos encontrado de una vez.
Strummer
Strummer
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